martes, 12 de octubre de 2010

La huella digital





Miro atrás y veo a la pequeña que a escondidas se subió a la silla y alcanzó a coger el ratón del ordenador. Entendió, sin instrucciones, que debía mover su mano y poner sus ojos en la pantalla, allí donde pasaban cosas brillantes y de colores.

Sorprendida por su padre sonrió complacida de su audacia.

El padre asustado decidió guardar en lo alto del armario su vieja máquina de escribir, olvidar sus románticos sueños de escritor bohemio y matricularse en el cursillo local de usuarios informáticos.

Los riesgos del nacimiento digital