lunes, 23 de febrero de 2009

Barbados 01

the drifting sand
ruins their eyes;

Kamau Brathwaite




Bajan.
Piel oscura.
Dentro de un rato los turistas colorados
nos iremos a dormir borrachos de ron.
Bajan.
De piel oscura.
El mar, el sol, el cielo,
hasta las nubes y la lluvia de piel oscura
al son de la música.
Calipso.
Bajan.
De tu piel oscura.
En la oscuridad, al borde de la carretera
vuelves a casa a oscuras.
Andando junto a tu hermana.
Sólo las luces de los coches al pasar
iluminan el camino a casa.
Bajan.
Anocheció y yo soy el visitante ajeno a ti.
Oscura y piel.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Miradas miradas 03

Un retrato que te observa sin saber, sin palabras.
Ya te inventas lo que te dice, ya lo que calla.




La leçon difficule
(La difícil lección)

Mi mandato atiende
pendiente de la respuesta
que yo dé por buena.

Señala el mandato de las letras
seria y celosa de mi encomienda
sigue mi altura y mi ceño.

Los pies fríos
tanto como mi docto lugar
ante ella.

Su corazón y sus ganas
de aquí volar
al calor del naranjo,
al sol y a su muñeca de trapo.

He aprendido
esta difícil lección,
no estoy donde debo.

William Bouguereau

lunes, 2 de febrero de 2009

Caracoles

Están en las hendiduras, los caracoles como los poemas.



Suelo presumir de criar chuchangas y caracoles. Miento, claro. Se crían solas y aparecen en mi casa por su cuenta y riesgo.


Suelo observarlas con paciencia. Las hay de todos los tamaños, colores y formas. Exagero, claro. Por aquí, el tamaño grande no supera los tres centímetros de concha, los colores son marrones o grises y las formas redondeadas o tubulares.


Se meten por cualquier sitio. Se reúnen en los resquicios en las humedades y en las sombras. En los huecos que dejas por insignificantes. Tubos, grietas, huecos. Están ahí fuera. Levantas una piedra, un tablón o un papel el suelo, abres una cancela o la puerta del cuartito de afuera y allí están. Deja a la intemperie una plancha de metálica, una bolsa plástica, alguna baldosa abandonada, una maceta por usar o unos troncos de una poda y espera. Verás dentro de una semana.


Suelo mirar sus espirales. Circulares, aritméticas, geométricas o trigonométricas. Las hay que saben de logaritmos. Suelo mirar sus crías y sus juntas de vecinos. Suelo seguir sus babas sobre muros, caminos, paredes y suelos, cuando el sol hace brillar sus rastros. Dibujan. Les va la vida en ello. Son más rápidas de lo que parecen y más lentas de lo que ellas quisieran. Comen con empeño, sin tino y sin respetar hoja, flor o fruto. Viven al día. Buscan pareja obsesivamente e impúdicamente. Se juntan, se solazan, se restriegan en cuanto se encuentran. Ya ven, la fortuna de ser hermafrodita.


Suelo tener paciencia con ellas. No uso babosin en mi huerta. Y me dedico a darles cerveza hasta morir. Me engaño, claro. Ellas son las pacientes. Aún sin mis escrúpulos ecológicos, volverán a venir a comerse mis hortalizas o mis flores.


Aprendí de chico a tocar levemente sus antenas para que se retrayeran. Las buscaba y las arrancaba de su sellada estivación. Les organizaba marchas y carreras. Aprendí a buscar sus conchas abandonadas y cantarles pidiendo que salieran al sol. Caracol, col, col.


Son amigables y blandas. Desvalidas, impertérritas y blandas. Cargan consigo como con su casa y nos crean esa falsa imagen de mezquindad. Sus viajes son sus estancias, su hogar el recorrido. Su porvenir la próxima humedad. Supervivientes y endebles arrastran su sino junto a nuestros perímetros, al tiempo cerca y lejos de donde estamos. No vaya a ser que, como ocurre a menudo, acabemos aplastándolas sin haberlas visto. Dejando, únicamente, un brillante rastro de babas para el porvenir.