jueves, 26 de abril de 2018

El antihistamínico

de Eli Cárdenas

Prurito me dijo el médico. Busqué en el diccionario. Decía: Deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor manera posible. Pensé que el buen doctor no había entendido mi padecimiento. Y que, una vez más, debía mejorar mi destreza para explicarme.  Por suerte hallé una nueva acepción: Picor que se siente en una parte del cuerpo o en todo él y que provoca la necesidad o el deseo de rascarse;  Si, allí estaba mi síntoma. El médico me recetó un antihistamínico. Unas minúsculas pastillas que miré con desconfianza. No tenía nada que perder, después de haber rendido a la manzanilla, el jugo de limón y la calamina.

A las pocas horas de tomar la primera recordé la advertencia del médico: Tómela por la noche y si no tiene que conducir. En efecto, el efecto secundario advertido había llegado. El sueño me pudo. Y me fui a dormir. Al día siguiente, las secuelas continuaban. Oía amortiguado y veía el mundo como alejándose de mi.

Aquel medicamento había tomado por asalto mi cabeza. Todo se había colocado donde mis sentidos apenas alcanzaban. Allí, mis manos, aquellos mis pasos y hasta mis pensamientos llegaban lánguidos y ajenos. Allá ustedes pasaban ante mi.

Percibí que tanto aquello que te aqueja, como lo que le pone remedio, te hace percibir el mundo a su manera. Me pensé, entonces, sin pena ni gloria, sin padecimientos ni curas y me entendiendo que todo lo que soy ha sido alguna vez todo lo que tomo, aún en pastillitas.