Verán, he concluido que no podré decirlo mejor, ni estar más de acuerdo.
Algún
tecnoproblema casero me tiene boicoteada la productividad en el blog en
los últimos días, pero, a falta de escribir me he
dedicado a eso tan necesario: leer. Y me he encontrado con varias
lecturas que me han traído a la cabeza mi “El
poeta en la ciudad digital“,
que ya lleva un año pululando por la Red. Lecturas que
tienen que ver con cómo los poetas se relacionan entre
sí y con las cosas de comer, por así decirlo.
La
primera lectura es “Los
poetas y el dinero“,
un delicioso artículo de Charles
Simic, decubierto en el blog La
página de nadie. Dice
cosas muy interesantes Simic, desde ese sentido común
desmitificador tan propio de los autores anglosajones: “¡Estupendo!
Me dije tras leer esto. El mundo se va a la mierda, pero nosotros los
poetas tenemos algo que esperar. Nunca nos hicimos ricos en el pasado y
no veremos un céntimo en el futuro. A pesar de las leyes de
copyright, la mayoría de nuestros poemas está
disponible gratuitamente para millones de
personas en Internet y, en esta época de atenciones breves,
la poesía podría acabar siendo la
única literatura que la gente lea. Cuando no queden
librerías y las bibliotecas hayan sido clausuradas, los
enamorados que necesiten un estímulo amoroso adicional
tendrán que alcanzar sus iPhones y encontrar un poema
adecuado para la ocasión y leérselo el uno al
otro. La fuerza de la poesía procede de tales usos
prácticos. Todo el mundo ha oído lecturas de
poemas en bodas y funerales, pero sospecho que nadie ha intentado
jamás utilizar un capítulo de una novela o un
cuento en esa clase de reuniones. Con razón los escritores y
los intelectuales en líneas generales desdeñan
tanto la poesía. Los poetas trabajan a cambio de nada, dice
Tim Parks. En otras palabras, producen poemas de la misma manera que
una fábrica ilegal en el tercer mundo produce juguetitos
baratos.”
El
otro texto es “La
intolerancia en la poesía española“,
donde el poeta Miguel
Veirat se
despacha a gusto y dice cosas como estas “La
“inmensa minoría” a la que
dedicó Juan Ramón Jiménez su obra,
tiende hoy a menguar de modo alarmante. Y no a falta de carreras y
concursos de belleza organizados entre poetas por instituciones
públicas y privadas —incluídas tiendas
de ropa de lujo—, con enorme abundancia de medios: El
escasísimo número de lectores unido a la
medianía exhibida por la mayoría de los jurados y
autores en liza, epígonos conscientes de cualquier jefe
tribal, contribuyen a acelerar el ocaso de aquella añorada
inmensidad de esencia minoritaria.
No
podría ocultar que la presente reflexión se basa
en gran parte sobre la realidad de ciertas escoceduras mostradas en la
poesía escrita en España a causa del roce entre
diversas sectas, reunidas en dos tendencias mayoritarias que han
luchado entre sí al amparo de una imaginaria
“explosión cultural” que muchos creyeron
posibilitada por la Transición democrática de
finales de los setenta, ignorando que el talento no puede pactarse.
Aunque
bien es cierto que la mencionada llaga cicatriza ya hacia el absurdo,
persiste aún gran desconcierto en las distintas
“familias” de poetas refugiadas en el nicho de sus
“generaciones” respectivas —tan caras a
los críticos españoles—, que
todavía se preguntan, a menudo en verso, si la
poesía “es” conocimiento o
comunicación, si “nace” del silencio o
de la experiencia, y si el hecho de llevar en la frente el sello de una
u otra alternativa les abrirá más puertas hacia
los ansiados ”premios” y cucañas
prometidos por el márketing editorial o el favor de
políticos patrocinadores.”
Cosas
que me recuerdan mucho a las comentadas hace ya un tiempo por
mí, aunque tal vez con menos acidez y ganas de tomarme en
serio las mezquindades de la piñata póetica en
“El
canon contemporaneo: juego de estrategia“.
A
las finales, la cosa es que el último mecenas de los poetas
en los últimos treinta y pico años: el estado en
sus diferentes avatares nacionales, autonómicos, locales y
corporativos, ha cerrado el grifo, o apenas lo ha dejado goteando, y
son muchos los nervios y mucha la sed, y, un tanto
de repente, se reivindica para ese flujo tan escaso las
condiciones mínimas de transparencia en su
distribución exigibles a los dineros públicos, y
lo que antes era silencio cómplice o acomodaticio se vira en
manifiesto
y protesta.
En
fin, poetas, ego, dinero…Habría que traer a la
memoria lo que dejó dicho don Juan de Mairena:
“Nosotros no hemos de incurrir nunca en el error de tomarnos
demasiado en serio”. Y yo me vuelvo a Simic y a sus siete
consejos a los jóvenes poetas que
glosa en FronteraD, Lino
González Veiguela…
Nunca es tarde para aprender.
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(Dani, no te he pedido permiso...)